En estos días he pensado mucho en mi amigo Mario. Él es uno de esos personajes muy difíciles de olvidar; no podía pasar desapercibido. Quizás es que me estoy poniendo vieja y me ha dado por recordar cosas que pasaron hace mil años y que de repente, vienen todas juntas "en cambote" a recordarme que estoy viva y que debo dar gracias por ello.
La primera vez que vi a Mario fue después de una llamada de emergencia. Yo había ido a comer con Felipe y de repente tuvimos que regresar porque Mario había intentado suicidarse con un frasco enorme de pastillas. Ya venía de regreso de un horrible lavado de estómago y de ver como el alma estaba por partírsele a su madre. Aunque esto sucedió hace mil años, (porque era soltera en ése entonces), lo recuerdo como si fuera ayer.
Mario iba a divorciarse y sentía que había "metido las patas hasta el fondo". Su esposa había decidido que ya era hora de continuar sola, y en medio de tanto caos, los niños por un lado y Mario regresándose a casa de su madre hasta que hallara un mejor lugar para pasar la tristeza. Cuando lo ví la primera vez, supe en ése instante que ese hombre alto y moreno, sería uno de mis grandes amigos de toda la vida.
Estaba acostado y oyendo el sermón de Felipe cuando de repente me pidió que me sentara a su lado. Yo la verdad estaba sorprendida de que un hombre de ésa edad tuviera ganas de morir y dejar a su madre y a sus hijos con un hueco terrible. En mi cabeza se agrupaban un montón de frases que jamás salieron de mi boca (gracias a Dios). Solo quería decirle: "¿por qué eres tan estúpido pensando que tu vida se acaba con un matrimonio?"... Sin embargo, yo me había equivocado; el problema no era que su matrimonio había acabado. El problema era que Mario sentía que no había hecho suficiente por mantenerlo y/o recuperarlo. Debe haber sido un momento de desesperación tal, que Mario sintió que estaba mejor muerto que vivo.
Después de eso los días pasaron lentamente para Mario. Lentamente en la compañía de sus 4 hermanos y hermanas que hicieron todo lo posible e imposible para estar con él las 24 horas del día. Era como si de repente, todos temían que Mario cometiera otro disparate semejante.
Mario, Felipe, Rosita, César y Rosmar son junto a su madre (y por supuesto, hijos, sobrinos, y etc.), una de las familias más humanas, solidarias, adorables y maravillosas que he conocido jamás. Son numerosos, ruidosos, alegres, bromistas, sencillos y "muy pero muy unidos" como no existe otra "unión" igual. Puede que un día tengan poco y hacen una fiesta con eso, o puede que otro día la cosa mejora y tengan mucho, e igual hacen la misma fiesta. Sinceramente, ellos son una "célula" a la que cualquier mortal quisiera pertenecer con los ojos cerrados.
Como iba diciendo, la cosa pintaba mejorar para Mario. Poco a poco salió de la depresión tremenda y se dió cuenta de que era hora de ponerse nuevas metas y enfocarse en su hijos y en su trabajo. Nadie merecía sufrir su pérdida, porque como hijo mayor, él representaba una de las columnas más importantes de esa familia. He recordado esto porque siempre hablo con Rosita y Mario siempre está presente en nuestras conversaciones. ¿Cómo podría no estarlo?... Lo cierto es que Mario está muriendo.
Lo paradójico de esta historia es que ahora que Mario está gravemente enfermo y con pocas esperanzas de sobrevivir, no ha perdido su humor y sus ganas de progresar y mejorar siendo mejor hermano, padre, pareja e hijo. No ha perdido su sonrisa, sus bromas, su alegría interna. No puede ser de otra forma, porque quizás ahora es que sabe que la vida es valiosísima como para perder otro segundo deprimiéndose por cosas que con un poco de esfuerzo y tiempo, pueden solucionarse.
Casi ya no puede caminar, me cuenta Rosita. Está muy grave con insuficiencia renal, y un montón de cosas horribles que pasan cuando se tiene Diabetes y la enfermedad ha terminado por acabar con otros órganos importantes del cuerpo. Me dice que ha subido de peso, que a veces no le provoca comer, y que es difícil que tenga una buena noche de sueño. Que a veces se queda callado como pensando, como tratando de saber en qué punto de su vida está o qué pasará mañana.
Conociéndolo como lo conozco, lo imagino sentado haciendo una broma o abrazando a sus hijas y aconsejando a su hijo. Hablando con su madre de las cosas del carro y de lo bien que le va a Felipe en Chichiriviche. Lo imagino igual de alto, con los dientes relucientes en una sonrisa, diciéndome cosas para que me moleste y le diga que es un necio. Y lo extraño... y lo pienso... porque si pudiéramos retroceder el tiempo y hacerlo todo de nuevo, quizás hubiéramos hecho lo mismo.
Mi punto es que a veces debe estarse cerca de la muerte para valorar la vida; para aferrarse a ella y no dejarla escapar. Si alguien comprende esto bien, es mi amigo del alma, Mario. Yo solo espero que ocurra un milagro que le permita bienestar y muchos meses y años más al lado de sus hijos y de su madre. Y que la vida me de la oportunidad de irlo a abrazar en cuanto ponga los pies de nuevo de Venezuela.
Mario... te mando todo lo humanamente posible de mis buenos pensamientos. Te quiero. Solo puedo hacer esto por tí porque ahora hay que esperar que Dios haga su trabajo. Imagino el duro momento por el que pasan todos allá. Lo único que sé es que los valientes como tu no pierden tiempo quejándose o lamentándose. Los valientes como tu, le sacan el jugo a cada momento, a cada minuto y a cada suspiro. No puede ser diferente, verdad?...
Esto está dedicado a mi "cuñis" MARIO REQUENA, de la ciudad de Valencia en Venezuela. Hombre de grandes fortalezas y amigo entrañable.
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